Nadie podría haber calculado el efecto del viejo recién llegado. Un hotel barato frente a la catedral decidió que sería su albergue, hizo su trato, tomó sus pocas pertenencias y se encerró tras la puerta.
En un principio sólo Don Damián advirtió lo extraño de su huésped, sus peticiones anticipaban una inusual estancia: Desayuno medio mañanero y merienda por ahí de las 5 “dos comidas son suficientes” – aclaró el extraño- avisó que comería en su habitación, rogó que por ningún motivo le sirvieran carne o leche tibia (fría sí), hizo énfasis en su gusto por las lentejas, en cuanto a la limpieza, pidió al administrador a camisa sin mangas, que se abstuvieran de ingresar a su cuarto, explicó que cuando él lo necesitara sacaría las sábanas y la demás ropa de cama para su aseo y por el interior no habría que preocuparse, dijo, pues él se ocuparía del mantenimiento, pero sobre todo demandó tranquilidad y privacidad.
-Es un viejo loco, a ver si no sale cabrón- dijo Don Damián en la cantina de la plaza, sin poder ocultar su intranquilidad por el inusual inquilino.
Transcurrieron los días y creció la curiosidad por el viejo del cuarto que apuntaba a la Iglesia. Después de unas cuantas semanas, el visitante ya era conocido por todo el pueblo y el pobre Damián se vio acechado por burlas y malos augurios.
-Ahí sigue el viejo, no sale… no dice nada, paga a tiempo y casi ni come, es lo bueno… me sale barato- argüía para sosegar su espíritu intranquilo.
Pasaron los meses y los rumores crecieron, algunos pensaban que era un contrabandista que se escondía, otros que era un brujo, que era un viejo rico deschavetado que quería morir en soledad, también se dijo que era un ser maligno y otros solamente creían que era un viejo loco que no merecía su atención, Don Damían le temía a todas las hipótesis, algo le decía que su tranquilo hotel tendría una mancha que no podría quitar.
Dentro de la habitación del viejo, no se escuchaba ruido alguno, ni de día ni de noche, sin embargo aún aquel que no supiera de la existencia del extraño, podría tener la certeza de que esa habitación estaba ocupada y que en su interior rondaba su habitante.
-No se oye nada, pero se siente, se siente como cuando te persiguen, que no lo ves, pero sabes que está detrás, ya hasta en mis sueños lo veo y lo escucho por el pasillo, ¿qué chingados hace el cabrón ahí encerrado?… desde que llegó el negocio ha ido en picada, es un cabrón demonio- Don Damián comenzó a esparcir su inquietud con los compadres de mezcal y noches, pues eso era, mera inquietud puesto que en realidad no había disminuido la clientela, era invierno y el frío trituraba los huesos de cualquiera, durante esa época del año nunca había turistas en el viejo pueblo escondido.
Pronto la desesperación de Damián se propagó por todo el pueblo, todos temían que fuera verdad lo que decía el gordo hotelero, que fuera un demonio. Se comenzaron a sentir observados y perseguidos, los niños temían pasar por el hotel, los domingos después de misa los devotos apresuraban el regreso a casa para no ser observados por el extraño de la habitación más alta del hotel, y no se diga durante la liturgia donde trataban de hablar bajito, los evangelios se leían a medias, evitaban mencionar a Lucifer, se sentían escuchados, vigilados. Pronto se acabaron las ventas fuera de la iglesia, las fiestas se tornaron frías y temerosas, el mismo sacerdote se cambió de casa y el pueblo entero comenzó a sentirse asfixiado por el fantasma del hotel del centro.
Corría el sexto mes de encierro cuando se organizó una comitiva de valientes que decidieron enfrentar al intruso, llegaron a la puerta del cuarto, ahí se detuvieron indecisos de ahí emanaba una energía fantasmal que les oprimía el corazón y les retorcía el estómago, iban encabezados por Damián y el sacerdote, después de varias vacilaciones y precauciones, se decidieron a llamar a la puerta esperando lo peor, sólo una vez hicieron sonar la puerta, temerosos de que el ruido despertara a un monstruo.
Y se abrió en cuanto el padrecito despegó la mano, para todos los presentes duró una eternidad el lapso entre el sonido seco del llamado sobre la gruesa madera de la puerta y que ésta se abriera de par en par, y por fin enfrentaron al cuarto y su habitante. Tras el umbral se dibujó la figura de un viejo barbón y delgado, de sencillo e impecable vestir, quien con una tenue y amable sonrisa los recibió.
Quedaron petrificados al ver el sosegado equilibrio del viejo, al principio fue aterrador encontrar a un ángel en lugar de un demonio, luego se sintieron apenados por las pistolas y machetes que asomaban sus cinturas, después culpables de sus acusaciones, quedaron sin poder dar respuesta a la sonrisa, se marcharon no sin antes fingir una reverencia de bienvenida-disculpa, y otra de despedida-sumisión.
Todo el pueblo se enteró del resultado de la visita y la opresión del corazón creció, no sabían qué pensar ni qué hacer, al antiguo sentimiento de temor se le añadieron sentimientos de culpa, de veneración, de asco, desconcierto, es imposible definir los sentimientos desatados en los oriundos, todas las penas de su corazón se hicieron monstruosas, todas las injurias hechas y recibidas les retumbaban en la conciencia, en los sueños, las mentiras que habían contado les comían las entrañas, en el pueblo se miraban con desconfianza, ya casi ni se hablaban, se acabaron las fiestas, se acabó el turismo y muchos por las noches lloraban en silencio sin consuelo.
La decisión de Don Damián fue tajante: lo dejó de alimentar, y lo único que logró fue desbordar la locura, pues esta medida no afecto en nada el comportamiento (o el no comportamiento) del viejo, quien no salió y mantuvo en silencio su claustro, la gota que derramó el vaso, le abrió de par en par la puerta a la demencia.
El pueblo entero culpó al hotelero su malestar, “de que el pueblo se viniera abajo” y se organizaron para matar a Damián y un día desapareció, para entonces transcurría el segundo año de estancia del viejo, corrieron los rumores de que el sacerdote había sido la mano ejecutora del crimen necesario, y aunque nunca pasó de especulación, el clérigo no pudo con el rumor o con la verdad y salió del pueblo ahogado en su pena para nunca volver.
Sin la referencia moral del eclesiástico, la realidad del pueblo encrudeció, las acusaciones y rumores que comenzaron cuando Damián se descubrió asesinado derivaron en una descarga brutal de ira de todos contra todos, sin ningún otro precedente, hasta el más reservado de los habitantes comenzó a hacer declaraciones de rencores y rabias que hasta ese momento habían permanecido escondidas en el más profundo rincón de cada ser, golpearon al non-grato, insultaron, hirieron, mataron, de la mudez pasaron al estruendo de la verdad revelada y la ira embravecida.
La sangre corrió y las casas se transformaron en bunkers de silencio mortal, el pueblo lo había perdido todo, el vacío se apoderó de los corazones, y a esto le siguieron los suicidios y los gritos nocturnos de desesperación.
El pueblo se convirtió en una carnicería, y aún cuando las calles se tiñeron de rojo, aún con el olor a podredumbre, con los gritos de terror, aún con la demencia desatada por todos los rincones, a pesar de todo esto, él siguió encerrado en su habitación, incluso cuando nadie lo recordaba él permaneció encerrado, cuando la sangre se secó y los gritos de dolor se convirtieron en alaridos demenciales, llegó su señal para culminar su misión, salió y tocó las puertas de los sobrevivientes, los tomó por la fuerza o por propia decisión y así como encantados, estúpidos sin razón los encerró en el hotel, tomó sus cosas y se fue.
Dejó escrito esto el exterior de su puerta del hotel:
“Tomé su interior, que salga el que pueda salir”