jueves, 8 de diciembre de 2011

Carmen

Carmen sale de prisa para no ser escuchada, deja una nota, besa su frente helada, se escapa.

Carmen camina, corre, no se detiene, nunca mira atrás, ya no mira atrás, no hay nadie y los recuerdos están al acecho.

La esperan en el lugar acordado, ella no habla, la meten en el automóvil, no se queja por los empujones, por el cabello arrancado. Conducen rápido es la madrugada del domingo y la ciudad está a punto de renacer, es el tiempo de nadie. Extiende el brazo, lo toman como si quisieran arrancarlo, no mira y siente el cosquilleo que recorre su extremidad, la espina dorsal, de un tirón hasta la coronilla y de rebote hasta los pies.

Le ordenan despertar y sonríe, el cosquilleo es agradable, bailarina, giros, ovaciones, la orquesta.

Se sienta mirar la televisión, no hay nada interesante, una mujer en minifalda anuncia cielo despejado, el azul, recuerda su vestido brillante azul también, recorre sus mejillas y son lisas como antaño, cierra el libro no le gusta la literatura clásica, es lo único que hay en la biblioteca. Mira la pared nácar y otra vez azul celeste, esta vez custodiado por barrotes y enmarcado por el concreto y nadie la conduce al baño, se hace pis encima, la azotan otra vez y mira hacia atrás, otra vez ese aliento alcohólico y los ronquidos, los ronquidos insoportables, sintió una punzada aguda, dolorosa al borde de su sexo.

-Hoy volví a asfixiarlo - dijo en la sesión de grupo – Pero él tiene la culpa ¿cierto?, necesito mi vestido azul.

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